Hace poco menos de 3 años, estábamos en visionado de películas, con uno de nuestros más respetados profesores, el creador del primer centro de Cine Arte en Chile, Cine Normandie.
No hubo presentación previa a la película, simplemente dejó que el proyector nos mostrara lo que veríamos: Citizen Kane.
Es probablemente una de las pocas películas que son famosas en la industria, a su vez que es alabada por sus pares. Y me causó curiosidad, al fin la vería y sabría a qué se debía tanto ruido sobre ella.
En el lecho de un hombre moribundo, se escucha a este pronunciar una última palabra, “Rosebud”. Un periodista comienza a indagar en su pasado, buscando en su vida quién es Rosebud, convencido que se trata de una persona importante en la vida de Charles Kane. Durante la película se generan reiterados flashbacks donde nos enteramos quién era Kane, porqué era tan importante, lo que hizo, de donde vino y como llegó a su final, con fracasos y aciertos.
Pero hay una sola cosa que el periodista nunca logra resolver, lo que es esa palabra. Y de hecho, nos pasamos la película queriendo saberlo, solo para descubrir que al final, es un pequeño detalle que por sí mismo es insignificante, pero que encierra el fondo real de Kane, de donde vino realmente y cuando él anheló el lugar que sirvió de hogar en su infancia.
Al final de un viaje, descubrimos que lo importante de este hombre famoso, no es su vida en el gran mundo, si no el rincón donde guarda la simpleza de lo que fue si vida. Que dentro de toda la grandeza de un hombre, esa grandeza que el resto le adjudicó, él mantiene atesorado algo que finalmente, no teniendo ningún ser querido cerca al morir, termina siendo destruido con todo lo que él guardó. Su memoria infantil. Se fue con él.
Luego de terminar de ver la película, mi profesor habló de la paradoja de volverse un tema al morir, de que la gente busque en un pasado de logros cuando ya no queda más que un cuerpo inerte. Hablamos de la muerte, y de cómo el cine también moría en la actualidad. Mi profesor escribía sobre cine, amaba el cine.
Al día siguiente de esa clase, y de ver Ciudadano Kane, mi profesor murió. Sólo, en su casa, y lo que se rescató de él, fueron los últimos apuntes del libro en el que trabajaba. Aunque sus últimas palabras habladas, realmente nadie pudo guardarlas, no hubo un “Rosebud” para él. Pero tal como en la película, lo personal, lo íntimo se fue con él, y permaneció lo que él hizo para el mundo. Sus libros, sus clases, su cine.
Rocío Sandoval Vinés
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