"Cultura como usina, como fábrica de símbolos de un pueblo. Cultura como un conjunto de signos de cada comunidad y de toda la nación. Cultura como el sentido de nuestros actos, la suma de nuestros gestos, el sentido de nuestro modo de vida." [GIL, Gilberto. Discurso de asunción como Ministro de Cultura de Brasil, 2003]

domingo, 22 de agosto de 2010

La Llorona


Miré al cielo y comencé a sentir las incesantes gotas que caían y envolvían la ruinosa madrugada; mi desesperación por encontrar un taxi se hacía más evidente en mis torpes movimientos de cubrir mi cabeza con un periódico ya roto por el húmedo ambiente, pero era lo único en mi poder al cruzar las calles desoladas de la calzada “Iztapalapa”.

A lo lejos alcancé a ver una pequeña luz que parpadeaba y a la cual relacioné con el trasporte público que tanto deseaba encontrar, me quede detenida esperando a que se acercara aquel objeto… pero el golpeteo de la lluvia sobre el pavimento fue silenciado en ese instante con un fuerte y estruendoso lamento.

Sentí como la sangre de mi cuerpo se helo en cuanto el desgarrador sonido entró por mis oídos, mis ojos se abrieron de par en par al ver que aquella luz intentó a acercarse; sin pensar más di media vuelta y comencé a correr sin dirección alguna, no supe cuanto tiempo pasó hasta que llegue a una esquina en la cual se encontraba un taxi, lo aborde velozmente y exaltada le pedí al conductor que se alejara lo más rápido de aquel lugar.

El hombre al ver mi condición me preguntó si todo estaba bien, yo conteste con la anécdota antes ocurrida, a lo que él me respondió con una historia acerca de una mujer adinerada y llena de felicidad que vivía en la época colonial en aquellos rumbos, esta señora fue una amorosa madre y excelente esposa, pero a pesar de ello, el hombre con el que se encontraba casada tuvo la bajeza de engañarla con el ama de llaves de su propio hogar. Al enterarse la mujer de aquella traición, se lleno de ira y mató violentamente a sus hijos; pasaron las horas e inició a llenarse de un enorme arrepentimiento por aquella brutal acción, tras ello se quitó la vida esperando quitarse así aquel terrible arrepentimiento… pero, no pudo hacer que su alma descansara en paz, condenándola a vivir la eternidad en este mundo lamentando aquel sufrimiento por las calles de la ciudad de México en un sonoro gemido “¡Ay mis hijos!”.

Mi temor se hiso aun mayor al escuchar aquel relato a lo que me jure nunca más volver a pisar esas calles en la oscuridad.


Leyenda Popular Mexicana


Mayra Antonieta Sandoval Quintero.

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